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Ni bullying ni doble discurso, dice el soberano en Gran Hermano

La influencia de la mala política, tanto en los jugadores como en el público, en el programa que rompe el rating de la TV abierta

Gran Hermano está ocupando un espacio central en las conversaciones de tantos argentinos, en las redes sociales y también en los encuentros cara a cara, dentro y fuera de los hogares. Es un juego que tiene sus exigencias y los protagonistas deben considerar también a los televidentes, convertidos en el soberano, en la última instancia que decide, a partir de la sumatoria de muchísimos votos individuales, quién se va de la casa cada domingo. Hasta ahora, y ya van cinco eliminados, el soberano no ha tenido mayores inconvenientes en determinar al sacrificado de turno. Las votaciones han sido ampliamente mayoritarias.

¿Qué nos están indicando esas votaciones? En primer lugar, que, a diferencia de otras plataformas, a los usuarios de la televisión abierta no les gusta nada el bullying, el acoso a los débiles; ese consenso maléfico formado contra el jugador que aparece más vulnerable, muchas veces en base a prejuicios primitivos sobre su aspecto físico o sus presuntas preferencias sexuales.

Cada uno de nosotros se sabe débil, en alguna medida, y las conspiraciones explícitas o tácitas sobre quién nos representa en esa vulnerabilidad nos provoca un rechazo visceral cuando las vemos tranquilos, bien sentados en nuestras casas. Peor aún: el acosado puede ser nuestro hijo o nuestra hija; y eso se vuelve un problema mayúsculo.

Esa situación no parece haber sido tenida en cuenta por varios de los jugadores, habituados más bien a TikTok o Twitter. Como decía Marshall McLuhan, el medio es el mensaje; cada medio, cada plataforma, se incrusta de tal manera en el mensaje que transmite que influye decisivamente en su decodificación por parte de sus usuarios. En palabras bien simples, una cosa son las redes sociales y otra cosa es la TV abierta. Cada medio o plataforma tiene su código de lectura o de interpretación, y lo que puede ser bien digerido en TikTok no lo es en la TV masiva.

Debe haber también una diferencia generacional. Los jugadores son, en su mayoría, relativamente jóvenes y participan de esa idea tan extendida como inexacta —el rating de Gran Hermano lo demuestra— de que la TV abierta ya pasó; actúan para las redes sociales, que es lo que consumen y conocen, y varios se equivocan en sus estrategias de destrucción, de odio hacia los otros.

Santiago del Moro y La ToraSantiago del Moro y La Tora

Pero, y es solo una opinión, la razón principal de los errores de los primeros cinco jugadores es otra: la ignorancia de la gran enseñanza de McLuhan. El medio es el mensaje. Una de las sorpresas del programa es que Gran Hermano está siendo muy seguido por los adolescentes, que bien pueden divertirse con un jugador en TikTok, pero votar en su contra cuando perciben que ese mismo mensaje les llega en otro formato, el de la TV abierta.

Como se ve, la ecología de los medios y de las redes es muy compleja.

Además, una de las características de la opinión pública es que es móvil: cambia en el tiempo. A veces, esa modificación se produce por la saturación en la repetición de mensajes, más aún cuando causas nobles son aprovechadas por personajes que las enarbolan para lograr fines particulares, que nada tienen que ver con sus balbuceos públicos. Una cosa es estar atento al acoso y al maltrato en todas sus formas, en especial en programas de tan alto impacto, y otra es permitir el uso de esta bandera para cancelar rivales y así despejar el camino hacia el premio mayor de Gran Hermano.

Los jugadores deberían tener en cuenta que nada pasa inadvertido al ojo no ya de Gran Hermano, el dueño de la casa, sino también de los televidentes, que en la Argentina son muy avezados para detectar estas dobleces. ¿De dónde habrán sacado esa habilidad? Y aquí aparece, creo yo, la influencia de la mala política. Por un lado, en las estrategias de algunos jugadores, que copian esa inflación de doble discurso que ven en buena parte de nuestra clase dirigente. Por el otro, en la perspicacia desarrollada por los espectadores para detectar esas jugarretas a la que, lamentablemente, están tan habituados.

Ni bullying ni doble discurso; la situación del país no es fácil, pero ese cambio en la opinión pública reverdece las esperanzas.

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