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En la ciudad donde “empieza Europa”, la población de ascendencia rusa empieza a cuestionar la guerra de Vladimir Putin

Narva, en el noreste de Estonia, es la ciudad étnicamente más rusa de la Unión Europea, con una población que apoya al presidente Vladimir Putin.

Al igual que muchas personas de origen ruso que viven a lo largo de la frontera oriental de Estonia con Rusia, Stanislava Larchenko no podía creer que el presidente Vladimir Putin hubiera lanzado una matanza en Ucrania.

Larchenko tiene 51 años y en febrero, tras la invasión a Ucrania ordenada por Putin, se peleó con su hijo, que le aseguraba que los soldados rusos estaban matando civiles. Ella insistía en que la carnicería la estaban ejecutando ucranianos vestidos de uniforme ruso, el relato típico que ella solía escuchar en la televisión estatal del Kremlin.

“Para mí, Rusia siempre fue el país liberador, el que era atacado y que nunca atacaba a los demás”, dice Larchenko, que vive en la ciudad estonia fronteriza de Narva, la de mayor población de origen ruso ciudad de la Unión Europea con y donde se encuentra el puesto militar más oriental de la OTAN.

Pero tras cuatro meses de guerra, Larchenko dice que siguió el consejo que le dio su hijo, Denis, de 29 años, y dejó de mirar la televisión estatal rusa. Ahora que se quitó “los anteojos que hacen ver todo color de rosa”, ella y su hijo dejaron de pelearse.

“Mentalmente me pasé del otro bando”, dice Larchenko.

En una ciudad donde casi todo el mundo habla ruso en lugar de estonio y donde existe una fuerte presión social para que cada persona adhiera a su propio grupo étnico, el de Larchenko es un caso poco común, ya que afirma abiertamente que dejó de considerar a Rusia como una fuerza benefactora, y ahora lo ve como el agresor.

El hecho de que en la sociedad libre y democrática de Estonia haya tan pocos rusos que estén dispuestos a hacer lo mismo tal vez es un indicador de lo difícil que será cualquier cambio de opinión para la población de Rusia, donde criticar abiertamente la guerra es un delito.

Sin embargo, bajo la superficie el ánimo de la población de etnia rusa está cambiando, sobre todo entre los más jóvenes. Para algunos, este cambio es un mensaje preocupante para el Kremlin: las dudas que solo se manifiestan en privado están deteriorando el apoyo público a lo que Putin denomina su “operación militar especial”.

Para otros, esa lealtad es sinónimo de ceguera: según Raivo Raala, un jubilado estonio de Narva, los rusos “no son un pueblo, son esclavos”.

El hijo de Larchenko es miembro del Consejo Municipal y dice que la mayoría de las personas de etnia rusa de Narva “ahora saben que Rusia se equivocó al atacar Ucrania”, pero todavía les cuesta conciliar eso con una de las bases de su identidad: el profundo orgullo por el papel de Rusia en el triunfo sobre la Alemania nazi.

Sergey Tsvetkov, un ruso crítico del Kremlin que huyó a Narva desde San Petersburgo en 2014 y ahora asiste a refugiados de Ucrania, dice estar decepcionado porque muy pocos estonios de etnia rusa salieron a hablar abiertamente contra la guerra.

Pero Tsvetkov agrega que “la gente ahora lo está pensando un poco más. La mayoría no cambió de opinión, pero está empezando a tener dudas sobre los argumentos rusos para invadir Ucrania”, sobre todo la idea de que Ucrania está infestado de fascistas y necesita ser “liberada”.

El propio Putin abonó esas dudas el mes pasado, al describir la invasión como parte de una misión para “recuperar y fortalecer” territorios que habían pertenecido a Rusia “desde tiempos inmemoriales”, y agregó que “esto también vale para Narva”, conquistada por Pedro el Grande en 1704.

La alcaldesa de Narva, Katri Raik, una historiadora de origen estonio, se burló de la lectura de la historia de Putin y dijo que era falsa. La alcaldesa señala que en Narva nadie quiere ser parte de Rusia, ni siquiera los rusohablantes nativos, que representan el 95% de la población.

Cerca del 36% de los 60.000 residentes de la ciudad tienen pasaporte ruso en lugar de pasaporte estonio, pero la alcaldesa dice que “nadie se está yendo a vivir a Rusia”, donde los salarios son mucho más bajos, la corrupción es moneda corriente y la atención sanitaria y otros servicios son muy inferiores.

“Acá todos sabemos cómo es la vida allá”, dice Raik.

Al comienzo de la guerra, sin embargo, muchas estonios de origen ruso tenían una opinión favorable de Putin.

En marzo, una encuesta de opinión pública realizada por el grupo de investigación eslovaco Globsec concluyó que el 22% de los estonios –una cifra que coincide prácticamente con la población de etnia rusa– tenía una opinión favorable de Putin. El año anterior, el apoyo ascendía al 30%.

La alcaldesa cree que el apoyo a Putin viene cayendo en picada, sobre todo porque la gente ya no puede acceder fácilmente a la televisión estatal rusa, debido a que estonia suspendió los servicios de cable que transmiten la señal.

Y para reafirmar la distancia de Narva frente a Rusia, la ciudad adoptó recientemente un nuevo eslogan: “Aquí comienza Europa”.

De hecho, hasta los políticos de etnia rusa que se habían inclinado por Moscú ahora admiten que en Narva nadie quiere que se instale el despótico sistema ruso.

“Vivimos en una sociedad democrática, y los que no quieren vivir así ya se han ido”, dice Tatjana Stolfart, miembro del Consejo Municipal por el Partido de Centro, una fuerza política que antes era prorrusa. Poco después de la invasión de Ucrania, el partido canceló de manera abrupta su acuerdo con el partido de Putin, Rusia Unida.

Consultada sobre el tema, al principio Stolfart se mostró prudente sobre atribuir culpas por las matanzas en Ucrania, pero luego reconoció: “Sí, Rusia es el agresor”.

El eclipse de la imagen de Rusia en el país ayudó a fortalecer el apoyo –incluso entre algunas personas de origen ruso– para la Liga de Defensa Estonia, una milicia de voluntarios del Ministerio de Defensa estonio. Roger Vinni, referente de la Liga en Narva, dice que la mitad de los 300 miembros de la ciudad son de origen ruso. “Son patriotas estonios, al igual que nosotros”, asegura.

Vinni agrega que muchos rusos mayores todavía tienen nostalgia de la Unión Soviética, pero sus hijos y nietos están más integrados, hablan estonio y “se ven como parte de Estonia y de Europa, no de la Unión Soviética ni de Rusia”.

En Narva, los rusos más jóvenes también se sumaron a los esfuerzos para ayudar a los ucranianos de Mariupol y de otras ciudades ucranianas que huyeron a Estonia para escapar de las tropas rusas.

The New York Times

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