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Alberto Fernández busca capitalizar la centralidad de Massa y cultiva el perfil bajo para iniciar su reconstrucción política

Corrido del foco de atención, el Presidente intentará recuperar, lentamente, el poder perdido. La relación con Cristina Kirchner, la unidad del Frente de Todos y su idea sobre el plan económico

“Alberto está convencido de que mantener la unidad política y el programa económico tuvo un costo que, mayoritariamente, lo pagó él. Pero está satisfecho con lo que hizo. Nunca puso la construcción política propia por delante de las necesidades del Gobierno”. El dueño de la definición es uno de los funcionarios más cercanos al Presidente. De los que aparecen en la fotos de los momentos difíciles.

Fernández atraviesa un tiempo en el que le toca relegar su rol principal en la escena política. Lo acepta. Es, en definitiva, parte del destino que él mismo forjó. Aunque también ese destino haya tenido un sinfín de condicionamientos generados por el complejo vínculo con Cristina Kirchner y su fuerza política.

Desde que Sergio Massa asumió al frente del ministerio de Economía, el Presidente perdió la centralidad que tenía hasta ese entonces. Para mostrar logros o para recibir cachetadas, pero siempre estaba parado en la mitad del escenario. Hace dos semanas que esa situación cambió. Su agenda se modificó y sus apariciones públicas también.

En este corto plazo, donde las luces se pusieron sobre las palabras y las promesas de Massa, el jefe de Estado alimentó una agenda de viajes al interior del país. Estuvo en Chaco y La Rioja, viajó a Colombia a la asunción de Gustavo Petro, y tuvo actos en Lomas de Zamora y Salliqueló, en el interior bonaerense.

Dio buenas noticias. Entregó viviendas y pensiones a personas con discapacidad. Visitó la construcción de la primera fábrica de baterías de litio, la materia prima del futuro inmediato. Sin demasiada estridencia. Sin discursos pomposos. Con mayor prolijidad en sus intervenciones, pero sin la fuerza del pasado.

Quizás la frase que más resaltó fue la que pronunció en Chilecito, La Rioja, cuando aseguró que “en la Argentina nos estamos recuperando, estamos creciendo y estamos avanzando”. A la misma hora, pero en la Ciudad de Buenos Aires, la CGT y los movimientos sociales copaban el centro porteño reclamando respuestas contra la alta inflación. Realidades opuestas.

En el entorno del Presidente reconocen que el recambio de gabinete lo obligó a entregar capital político. Pero resaltan un costado positivo de ese movimiento obligado que tuvo que ejecutar. “Desde ese momento, Alberto ya no tiene la presión de ser el único que mantiene la unidad. Ahora también la tienen Massa y Cristina”, explicó un dirigente de extrema confianza de Fernández.

En el círculo albertista siempre consideraron que el mandatario tenía una virtud que nadie poseía. Era el punto de unidad de toda la coalición. Si él decidía romper la alianza con Cristina Kirchner, el Gobierno se desmoronaba y el esquema político que ideó la Vicepresidenta explotaba en mil pedazos.

Por eso, en este tiempo donde Fernández quedó débil y golpeado por las circunstancias en las que tuvo que tomar decisiones y por el contenido de esas decisiones que tomó, quienes lo rodean rescatan que siempre tuvo que convivir con la presión de no dar un paso de más para evitar la ruptura del Gobierno.

Los que conocen y frecuentan al Presidente aseguran que nunca romperá la coalición. “No va a ser el culpable de que el peronismo se fracture. Para él es determinante mantener la unidad. Sin unidad, el Gobierno se quiebra”, aseguran en la Casa Rosada.

¿Cuál es el costo de esa decisión que tomó Fernández? Para él es muy alto. Sus cartas para jugar una relección se mojaron y ya no sirven. Quizás, con suerte, puedan ser utilizadas en una última jugada cuando amanezca el año electoral. Su actual rol es mucho menos preponderante que el del ministro de Economía y su debilidad política se puede ver a kilómetros de distancia.

Frente a esa situación Alberto Fernández empezó a transitar un proceso de reconstrucción de su autoridad política. El primer paso fue dejar saber que no estaba muerto políticamente y que el arribo de Massa al Gobierno no lo había sacado de la cancha para las elecciones del 2023, sino que solo le había limitado su centralidad.

El segundo paso fue sostener el plan económico que había apoyado desde un principio cuando el ministro de Economía era Martín Guzmán. Controlar el gasto y la emisión, aumentar las tarifas, reacomodar los subsidios, evitar que se profundice el déficit fiscal y cumplir con las pautas acordadas con el Fondo Monetario Internacional (FMI).

Tanto Guzmán como Silvina Batakis y Sergio Massa plantearon ese camino. En todo caso lo que cambió fue la postura del kirchnerismo sobre el respaldo a esa hoja de ruta. En Balcarce 50 están convencidos de que había un encono personal con Guzmán asociado a la idea que tienen en el mundo K, sobre que el ex ministro de Economía les mintió respecto la letra chica del acuerdo con el FMI y el estado de las cuentas públicas.

El tercer paso aún lo tiene que dar y tiene que ver con ir recuperando, lentamente, el protagonismo que supo tener. Aquellos que lo tratan a diario aseguran que Fernández “no está mal de ánimo” y que considera que “si se acomoda la economía, aún tiene chances de jugar por su reelección el año que viene”.

¿Cuál es el motivo de esa proyección? En el albertismo todos repiten que Massa no llegó solo al ministerio de Economía. En gran medida lo hizo por la decisión del Presidente. Nadie lo explicita, pero si Massa logra torcer el rumbo de la economía, entienden que no será el único que cobre las ganancias. Alberto Fernández no se siente terminado.

En el peronismo destacan que lo importante de este momento es que todos tienen los pies adentro de la coalición y que hay un tiempo de paz que le da un marco de contención a Massa. Los que aún resaltan el rol del Presidente creen que, en gran medida, eso sucedió porque Fernández fue capaz de ceder poder para que el Gobierno no explote.

“Alberto está bien. Es el que habla con la CGT y con los gobernadores del PJ. Es el que la llamó a Cristina y el que cerró lo de Sergio. Sigue siendo, en definitiva, el punto de unidad de la coalición. Cuanto todo pase, y si hay resultados positivos en la gestión económica, la función de Alberto se va a revalorizar”, afirmó un ministro nacional.

Antes de que el Gobierno comience la nueva etapa, los intendentes, gobernadores y funcionarios que frecuentaban a Fernández le confesaban a sus allegados que no veían bien al Presidente. Que lo notaban demasiado débil, sin un rumbo claro y ensimismado con la idea de no hablar con Cristina Kirchner.

Los que lo ven en la actualidad ya no notan eso en una forma tan marcada. Lo que tienen enfrente es un Presidente que asume sus debilidades y el daño sobre su figura que le generó el cambio de Gabinete y la crisis cambiaria, pero que tiene en claro que no está bajo la tierra. Esa la mirada que tiene sobre si mismo.

En el heterogéneo mundo peronista la percepción es diferente. Está dividida entre quienes creen que ya es parte del pasado y que solo será una figura institucional que cumpla su rol hasta diciembre del 2023, y los que consideran que tiene la posibilidad de volver a competir, siempre y cuando la crisis económica sea controlada por Massa. En caso contrario, no habrá futuro para nadie.

Un funcionario nacional que conoce a Fernández desde hace tiempo reflexionó sobre cómo el Presidente cuidó la cuota de poder que le quedaba el día que tuvo que negociar con Cristina Kirchner el sucesor de Martín Guzmán. Fue a contrarreloj y después de cuatro meses sin hablarse con ella.

Elaboró una teoría sobre ese primer domingo de julio en el que el Jefe de Estado supo que su rol iba a cambiar en las horas siguientes. Ese día en el que estuvo encerrado durante cerca de diez horas en la Quinta de Olivos, con su círculo de máxima confianza, evaluando los pro y contra de los pasos a seguir.

Lo que ese importante dirigente cree es que Fernández dilató el llamado a su compañera de formula hasta el atardecer de ese domingo porque sabía que si la llamaba a la mañana temprano iba a ser presionado para cambiar gran parte del Gabinete. En cambio, en el final del día, solo quedaba tiempo para discutir el nuevo ministro de Economía. Una forma de no entregar todas las armas en una sola vuelta.

La reconstrucción de la autoridad política de Alberto Fernández necesita de un relato. Pero no lo tiene. Nunca lo tuvo. Y en el círculo político más cercano aceptan que fue una falencia no haberlo construido. Un importante ministro nacional cree que ese relato se tiene que empezar a forjar una vez que pase el peor momento de la escalada inflacionaria. Aún hay tiempo para desarrollarlo.

“Si logramos buenos resultados de la mano de Sergio, Alberto tiene que contar que supimos sobrellevar la situación de la crisis. Que pudimos salir de la pandemia, del impacto de la guerra, de la corrida cambiaria y de las diferencias internas. Hay que explicarle a la gente y darle contenido a esa explicación”, sostuvo.

Fernández está cultivando un perfil bajo que no tenía hasta el cambio de Gabinete. Hace pocos días llegó al país el consultor catalán Antoni Gutiérrez Rubí para profundizar el trabajo sobre su figura y el discurso presidencial. El jefe de Estado está empezando a buscar su lugar después del sacudón que sufrió por la interna con el kirchnerismo y los cambios posteriores a la crisis cambiaria.

Su diálogo con Cristina Kirchner está cortado. Ambos hablan con Sergio Massa. Pero no hablan entre ellos. “Hasta el momento ese esquema funciona. Hasta que no se altere, seguirá así”, revelaron cerca del primer mandatario. La relación está desgastada, pero Fernández nunca la terminará de quebrar porque sabe que puede tener consecuencias negativas para la estabilidad del gobierno nacional.

Quienes son leales al Presidente están convencidos de que debe avanzar en la reconstrucción de su poder y su autoridad. Ese proceso ya empezó, pero debe profundizarse. Así lo entienden. Lo peor ya pasó. Ahora tiene que transitar una etapa de recuperación. Depende de él. Una vez más.

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